jueves, 2 de junio de 2011

LA MEDICINA MONÁSTICA EN LA ALTA EDAD MEDIA.


LA MEDICINA MONÁSTICA (ALTA EDAD MEDIA)

Habiendo visto como ha ido evolucionando la medicina a lo largo de los años en las diferentes culturas, ahora tenemos que ver como siguió esta evolución en Occidente a lo largo de la Alta Edad Media.

En esta época, los cambios que se producen en la sociedad europea son muy profundos y dan lugar a una auténtica transformación de ésta. Las principales causas de estos cambios son:
     
              - El desarrollo de las escuelas capitulares, paso previo a las universidades.
              - Aportación de la cultura oriental cuando los soldados regresan de las cruzadas
              - Nacimiento de órdenes religiosas que se dedican a los enfermos, como los dominicos, benedictinos y franciscanos.

Como el título del trabajo indica, nos vamos a centrar en este último punto, y más concretamente en los benedictinos, estudiando los fundamentos que les impulsaban a aplicar la terapéutica que aplicaban.

1. “Regula Benedicti” La Regla Santa

Como ya vimos en clase, la medicina monástica se inicia en el monasterio de Monte Cassino, en el año 529.
En este monasterio, San Benito formó a los monjes basándose en una regla fundamentalmente, el famoso “Ora et Labora”.
Desgranando esta frase, también llamada “Regula Benedicti” (del latín, regla de los Benedictinos) se sabe que el fin último de la vida de estos monjes era la entrega a Dios y al prójimo, el servicio a los demás, como ya mostraba la caridad cristiana desde los comienzos del cristianismo.
Con esa frase indica también que la vida del monje debía ser de contemplación y de acción, es decir, que estos monjes trataban de buscar siempre y en todo a Dios, “contemplando” la presencia divina en su trabajo, en los enfermos… y dedicando ratos exclusivamente a la oración.





Además, este "Ora et labora" era la síntesis de todo un Reglamento para sus monjes, que aún hoy siguen los religiosos que pertenecen a esta orden. Este Reglamento, denominado por el fundador de la orden "La Santa Regla", comprendía ciertas recomendaciones, como por ejemplo “La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es la humildad.”

Un famoso fragmento de esta Regla es el siguiente:
Ante todo y sobre todo se ha de cuidar a los enfermos, sirviéndolos como si verdaderamente fuesen Cristo, porque Él mismo dijo: enfermo estuve y me visitasteis... Haya un local especialmente dedicado a los enfermos y, a su servicio, un hermano temeroso de Dios, diligente y solícito que ofrecerá a los enfermos el uso del baño siempre que conviniere; pero concédase con más dificultad a los sanos y a los jóvenes sobre todo. Concédase también el comer carne a los enfermos y a los débiles, a fin de que reparen sus fuerzas.

Fue la difusión de esta “Santa Regla” la que le valió el título de patriarca del monaquismo occidental.

La enfermedad en la visión monacal puede ser vista como una gracia cuando se la acepta con paciencia, en el nombre de Jesucristo.
La caridad cristiana da origen al hospital, quizás el progreso más importante de esta época, e institución que se extiende por todo la Europa occidental, anexa a los monasterios y  la atención hospitalaria especializada es llevada a cargo por los monjes.
El hospital cristiano no fue una institución asistencial para toda la población, conforme a su idea original, sino un centro para acoger desvalidos.

2. Terapéutica

En la Alta Edad Media se consideraba que la medicina estaba compuesta por dietética, Farmacia y cirugía. Por ello, el servicio médico de los monasterios constaba de huerto, botica, hermano sanitario y hospital.

Un elemento clave en la actividad médico-farmacéutica de los monasterios es su biblioteca, en la que tenían miles de volúmenes de todo tipo, origen e ideología, copiados e ilustrados durante siglos de actividad en el scriptorium. En estos se comprobaba la inmensa labor de decenas de copistas, miniaturistas e iluministas dedicados durante años a transcribir, página a página, los textos de los autores clásicos sobre plantas medicinales o textos médicos, desde Galeno, Paracelso y Dioscórides hasta Avicena.
 Tenían amplios conocimientos sobre las propiedades terapéuticas de las plantas, la teoría hipocrático-galénica y la práctica clínica.

El monje sanitario trabajaba fundamentalmente en su laboratorio que en el momento no se diferenciaba de la botica.
En ésta había instrumentos como alambiques y retortas, morteros, manos y balanzas, los simples (plantas medicinales) y los compuestos (medicamentos ya preparados) se guardaban en cajas, botellas, recipientes de cerámica o bolsas de piel.
Los envases con inscripciones o dibujos que identificaban su contenido, se alineaban en los anaqueles y las bolsas se cuelgan de la pared.

San Isidoro de Sevilla (556-636) escribe un tratado de dietética.
En De Natura Rerum describe la peste y cuatrocientos cuarenta y tres  remedios higiénicos.
Para San Isidoro la salud es una integridad armónica y un equilibrio natural del cuerpo. La patología estudia la pérdida de equilibrio, y la armonía puede recuperarse mediante el arte de la moderación, esto es, la medicina.
En esta teoría vemos que se apoyan en la doctrina médica hipocrático-galénica, que se fundamenta básicamente en la prevención, por lo que la conservación del cuerpo sano mediante una forma de vida razonable, tiene un papel muy importante.
 La dieta, entendida como una norma de vida saludable que incluye la nutrición y todo lo relacionado con la higiene, es el primer instrumento del médico, la denominada ‘primera intención’, antes de proceder con la terapéutica farmacológica y, sólo en última instancia, ha de recurrirse a la cirugía.


Para la Farmacia, existían los monjes que disponían de un jardín que cultivaban ellos mismos, cultivando preferentemente escorzonera, cuyo tallo usaban para curar la diarrea, chopos…
En el jardín había también muy a menudo un estanque, en el que tenían sanguijuelas para hacer las llamadas “sangrías”. De hecho en algunos monasterios quedan placas que ponían en la entrada de ciertas habitaciones donde está escrito “Aquí se quita a los hermanos el exceso de sangre”.
Las preparaciones (compuestos), características de una terapéutica galenista, las elaboraban los monjes-sanitarios en una habitación, colocada junto al armario de los “pigmentos” o “botica”.
Además, el hecho de que los monjes viajasen con frecuencia a otros monasterios favorecía el intercambio de conocimientos científicos que se desarrollaron en la época, aunque éstos fueron escasos.
Las prácticas de disección, fundamentales para el desarrollo de la medicina, después del periodo helenista en el que se llegaron a realizar incluso vivisecciones, fueron desechadas de la práctica médica y prohibidas en el ámbito de las tres religiones monoteístas. Los cadáveres pasaron de ser algo tremendum para convertirse en algo pudendum, algo que ha de tratarse con consideración y respeto.



Como curiosidad podemos citar la película “El nombre de la rosa” que constituye una herramienta excelente para ilustrar aspectos de la ciencia y, particularmente, de la medicina-farmacia aún no separadas durante el periodo medieval.
En la película, la actividad médico-farmacéutica se refleja desde los primeros fotogramas.
Se puede ver al monje sanitario, el herbolario, trabajando el huerto y recolectando plantas medicinales. Posteriormente se hacen diversas referencias a plantas medicinales cultivadas por el propio monje herbolario, por ejemplo:
“El tallo de escorzonera para curar la diarrea…”
Un elemento clave en la actividad médico-farmacéutica de la abadía es su biblioteca, que desde el exterior se percibe como una enorme e impresionante edificación cuyo interior guarda miles de volúmenes de todo tipo, origen e ideología, copiados e ilustrados durante siglos de actividad en el scriptorium, página a página, los textos de los autores clásicos sobre plantas medicinales o textos médicos, entre otros.
El monje sanitario, trabaja fundamentalmente en su laboratorio por lo que diversas escenas se desarrollan en la botica. Ésta presenta el aspecto característico de la época. Los alambiques y las retortas, instrumentos fundamentales en el medievo para la producción de medicamentos, se reparten por la estancia. Los morteros, manos y balanzas reposan sobre las mesas. Los simples (plantas medicinales) y los compuestos (medicamentos ya preparados) se guardan en cajas, botellas, recipientes de cerámica o bolsas de piel. Los envases, con inscripciones o dibujos identificativos de su contenido, se alinean en los anaqueles y las bolsas se cuelgan de la pared.
Otro aspecto interesante señalado en la película es la minúscula diferencia entre medicamento y veneno, sólo cuestión de dosis.
“El arsénico en dosis pequeñas es útil en los trastornos nerviosos, pero si se administra en dosis elevadas provoca la muerte”
Y la diferencia es tan nimia que este fármaco-veneno se convierte en la herramienta perfecta para cometer los crímenes.
Aunque el monje herbolario, como ya se ha indicado, protagoniza un importante número de actividades propias de los hermanos sanitarios de la época, no refleja, sin embargo, otros aspectos relacionados con prácticas muy frecuentes y poco científicas, como por ejemplo la recolección de plantas medicinales en ciertos días y siguiendo ciertos ritos, o rezando determinadas plegarias, lo que les confería cierto poder curativo mágico. La influencia religiosa en el arte de curar, tan característica del periodo medieval, está ausente de modo explícito en esta película, si bien el ambiente de fanatismo y superstición de diversas escenas pudieran sugerírsela fácilmente al espectador.


Bibliografía

Puerto Sarmiento FJ. El mito de Panacea. Compendio de Historia de la Terapéutica y de la Farmacia. Aranjuez: Ed. Doce Calles S.L.; 1997.

Esteva Sagrera J. Historia de la Farmacia. Los medicamentos. La riqueza y el bienestar. Barcelona: Masson S.A.; 2005.

De Vicente González, Boticas monásticas, cartujanas y conventuales en España

www.revistamedicinacine.usal.es

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